“El prisionero del sueño escarlata” de Andrei Makine: el llamado de Rusia
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Prisionero del sueño escarlata
por Andrei Makine
Grasset, 414 págs., 23 €
Los grandes órganos laberínticos del novelista Andréi Makine acompañan esta vez la trayectoria de un obrero del norte de Francia, nacido en 1918, que partió en 1939 a pisar la patria del socialismo en el que tenía fe. Pero este Lucien Baert, durante el viaje organizado donde todo es una mascarada, es criticado por el guía oficial por ser demasiado curioso. El visitante es luego olvidado en el camino, antes de experimentar una terrible experiencia estalinista. Allí estuvo, entonces, en un campo, para redimirse, soldado como carne de cañón cuando el Ejército Rojo contuvo la invasión alemana de 1941. Escapó gracias a un macabro golpe de suerte, experimentó el descenso hasta 1957, luego se instaló cerca de Arkhangelsk, al abrigo del sistema; en una de esas grietas soviéticas donde Makine ha situado a tantos de sus personajes durante treinta y cinco años.
En ese lugar olvidado de Dios, en los años 1990, un equipo francés llegó con vistas a un reportaje necesariamente depredador. La frenética vulgaridad del director le rompe los dientes. Al perder su presa, huye, olvidándose allí de su traductor. Éste descubre la vida de Lucien Baert tal como la registró en sus cuadernos. ¡Y qué vida!
DecadenciaDe 1967 a 1974, el paria logró regresar a Francia donde publicó su testimonio, una especie de eslabón perdido entre Yo elegí la libertad de Kravchenko y El archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. Pero el antihéroe soviético no puede soportar la cobardía irresponsable de los revolucionarios franceses vestidos de conejo. Regresa a la URSS, es testigo de su colapso y luego del horror mafioso que se desata bajo Yeltsin; la novela se detiene cuidadosamente antes de la llegada de Putin, al tiempo que nos deja entender que era necesario que alguien restableciera el orden...
Andrei Makine está en su mejor momento en el lado ruso, tan romántico es su retrato con empatía de "vidas desgarradas, fabulosamente complejas que se tambalean al borde del borrado definitivo". Estigmatizar a los niños mimados del Occidente decadente ofrece menos salidas literarias. Sin embargo, el autor no se limita a agitar el poder francés. Aboga por un altruismo trascendental, que sólo la vieja y desgastada Rusia ha sabido conservar.
La novela, que juega con todos los registros de la memoria, también está atravesada por la cuestión de los lenguajes y de lo que éstos conllevan de intimidad. Tanto es así que uno se pregunta cómo sería una ficción de Andrei Makine sobre la Francia eterna escrita en ruso.
La Croıx